Pero, ¿de verdad que no lo ven...?
Hace ya tiempo que no publico; y me temo que cada vez publicaré menos. Me da pereza. Es como predicar en el desierto, pero elevado a la sexta potencia. Y es que, además, tampoco me gusta repetirme ni ponerme pesado. Lo que tenía que decir ya lo he dicho varias veces y valga como resumen lo que recogí en mi artículo anterior, que titulé "Pido perdón...", publicado hace ya unos meses. Pero hoy me apetece sentarme y escribir de nuevo un poco. Es casi como el deseo de hacer algo que me ayude a sentirme aliviado intelectual y moralmente.
En esta ocasión he decidido centrarme en una pregunta que me hago desde mi juventud: ¿Para qué sirve que la ciencia avance, que se construyan cosas positivas, que se trate de crear un mundo más bonito y más justo, si en cualquier momento puede llegar un ejercito "enemigo" y destruirlo todo en muy poco tiempo?; ¿para qué sirven tantos y tantos años de esfuerzo, de avance, de intentar que la razón y la bondad triunfen sobre la ceguera intelectual, si sigue siendo perfectamente legítimo que se descarguen bombas sobre la población, sobre las viviendas y sobre los campos...?; ¿para qué queremos enviar una nave tripulada a Marte, si aquí somos incapaces de solucionar ni una sola guerra? ¿De verdad que los dirigentes y las personas de a pie -ricos o pobres- no lo ven...?
La vida en nuestro planeta surge tras una larga evolución que solo puede intentar comprenderse acudiendo a los esfuerzos que la ciencia va haciendo -a lo largo de generaciones y de siglos- por dar una repuesta racional a las dudas que cualquier mortal va planteándose a lo largo de su vida. Y es todo tan, tan complejo, que ni siquiera la ciencia va a poder explicar ni solventar muchas de las dudas que nos planteamos. En términos de cronología geológica, el homo sapiens (¿de verdad sapiens significa sabio...?) surge casi al final del cuento. La existencia de esta nueva especie es en realidad muy parecida a la de cualquier otro ser vivo que haya tenido un poco de entendimiento y que haya podido existir. Es decir, con gran esfuerzo trata de comprender qué hace aquí y trata de adaptarse al medio que le rodea y lucha por sobrevivir. Tras una larga evolución, acaba por vivir en sociedad y crea unas instituciones políticas destinadas a regular la convivencia interna de cada grupo y a fijar las relaciones con otros grupos externos. Para ayudarse en su lucha por la supervivencia, cada nueva sociedad que va surgiendo- o si se prefiere, cada civilización- siente que necesita la ayuda de seres trascendentales superiores (dioses, deidades, fantasmas de todo tipo); y también siente que necesita forjar la idea de unidad del grupo frente a eventuales enemigos externos que pudieran atacarles. Surgen así las castas sacerdotal y guerrera. Y todo podría resumirse en lemas como "Dios, patria, rey", "Todo por la patria", "Patria o muerte", "Patria, socialismo y victoria" y otros parecidos cargados de grandes palabras y que tienen algo en común: se advierte y se justifica que, llegado el caso, se hará uso de la violencia para vencer a quien no piense como nosotros, para vencer al enemigo.
Pero, ¿quién es el enemigo? Sí, ya sé que puede haber muchas clases de enemigos, dependiendo de si estamos ante una lucha identitaria nacional, religiosa, económica, social, deportiva... Y aquí creo que llego al punto donde yo quiero llegar, y hago otra pregunta, que en realidad recoge varias juntas: ¿de verdad que no podemos ver que no se puede construir nada (pero nada) peleando unos contra otros; que las verdades absolutas -esas que parecen justificar la violencia- no existen; que si no se rema en la misma dirección no se puede llegar a puerto...?
Desgraciadamente, el socialismo histórico (en sus diversas corrientes y maneras de aplicarse en la práctica) fue incapaz de librarse de ciertas cargas y lastres que lo inhabilitan para seguir postulándose ante la historia como opción decente para el futuro. En efecto, aquellos países socialistas seguían alentado el patriotismo y seguían fabricando armas. Y, aunque en principio ya no creían en Dios, habían hecho del marxismo una religión y de cada párrafo extraído del Das Kapital, una verdad absoluta. Se cambia una ceguera por otra; pero seguimos ciegos. Porque seguimos sin darnos cuenta de que nuestros instintos más básicos, si no los controlamos, nos van a llevar a violentar, a destruir y a hacer que se derrame sangre (ajena, pero a veces incluso también sangre propia) para defender unas causas aparentemente muy justas, de las que estamos muy convencidos. Pero hemos de tener claro que la única revolución que será válida será aquella basada en la razón, la mesura, el amor y el deseo de paz. Si no es con estos mimbres, esa revolución no valdrá. Y punto.
Cada día me pone triste ver que incluso las ONG más avanzadas no vean más allá de sus narices. Por ejemplo, Médicos sin Fronteras pide que no se bombardeen hospitales, pero no veo que diga nada de que puedan bombardearse otros objetivos; Save the Children hace mucho hincapié en evitar que los niños sean víctimas de los conflictos armados, pero no veo que mencione a otras eventuales víctimas; y todas aquellas organizaciones que luchan contra las minas antipersonales o contra las armas atómicas, parecen olvidar que también las armas convencionales matan y destruyen de manera igual o muy parecida. Pero, ¿de verdad que no lo ven...? La solución que se plantee tiene que ser -al menos en teoría- general y para todos. Porque si no es así, no va a valer.
Ojalá que la Organización de las Naciones Unidas vea algún día estas cosas como yo las veo. Y que pase a denominarse algo así como Organización de los Seres Humanos Unidos. Y que comprendamos que los pueblos oprimidos no van a dejar de serlo porque creen un estado propio nuevo, con sus fronteras, su ejército, sus leyes de extranjería y su sillón en la ONU. Dejará de haber pueblos oprimidos y dejará de haber muertes injustas e inútiles (incluyendo las de aquellos emigrantes que mueren en el camino por llegar a una vida mejor) cuando desde la educación se desmonte el absurdo edificio que nos ha llevado al sitio donde estamos desde hace miles de años, y que parece no tener salida.
Y a todos los grandes imperios, sean del tipo que sean, les recuerdo la conocida locución latina que tanto me gusta: Sic transit gloria mundi... Esos imperios no deberían haber existido, pero que no lo duden: caerán.
Un saludo a todos. Vuelvo a mi rincón, con mis cuatro lápices de colores y mis pocos libros.
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